domingo, 24 de febrero de 2013

Gatos

Confieso que tengo predilección por los gatos. Me encantan los gatos. No hay que enseñarles a no ladrar como a un perro, son limpios y pueden vivir más de día y medio sin que se les haga demasiado caso. Y si sale con un carácter decente no se hará las uñas en ningún sitio inapropiado y no causará destrozo alguno. Creo que solo les supera en comportamiento civilizado la langosta. Y no es que sea un animal de compañía muy extendido. Gerard de Nerval tenía una langosta y argumentaba que son animales serios, pacíficos y Goethe odiaba a los perros y no estaba loco. No es que tenga nada que ver esto con los gatos, pero he quedado como persona muy cultivada al conocer eso. 

Pero prometí crónica de la desaparición de mi gata a ella sabe quién es y lo prometido es deuda. El caso es que por circunstancias que llevaría demasiado explicar, el animal acabó en el motor de un coche. E irse y dejar al felino metido ahí es feo y atenta contra la moralidad y los principios en los que creo. Porque abandonar animales no está bien. El problema es que al final acabé 16 horas delante del coche sin éxito alguno. Y es que pasar 16 horas mirando un Horch, un Duesemberg o un Hispano Suiza es algo perfectamente soportable. Incluso sería capaz de hacerlo por placer, mire usted. Pero mirar durante 16 horas un Skoda Fabia de 13 años no está bien. De hecho prefiero levantarme a las 5 y media todos los dias que hacer eso, ahora que lo he experimentado. 

Y puede uno decir, con conocimiento de causa, que a partir de la hora 9 o 10 uno se plantea el suicidio e incluso el abandono. Pero demostrar flaqueza cuando todos los vecinos de la zona ya saben que se está ahí esperando a que la gata se digne a salir no es cosa de caballeros. Aunque sea por orgullo uno se queda ahí mientras el abuelete pesado de turno que mira las obras comentando obviedades hace lo propio. "Pues de ahí no sale eh, y no se la puede sacar". Comentario que hace que den ganas de decapitar al señor con la tapa de la lata de comida de gato que se ha comprado para intentar que el bicho salga. Y es que cuando el señor comienza a decir eso a las 11 de la mañana, y a las 11 de la noche sigue con lo mismo la decapitación no es una tentación, sino que se convierte en algo obligado. 

El caso es que a la decimosexta hora el animal decidió salir del coche e irse Dios sabe dónde. Vamos que estuve 16 horas esperando para perderla de vista. Quizá estaba molesta por llamarse Felisa y tener un hermano llamado Máximo Décimo Meridio, se sentiría poca cosa.