sábado, 29 de septiembre de 2012

Vivir entre modernidad.

"It is only the modern that ever becomes old-fashioned"
                                                                        Oscar Wilde (again).

No se si es el wifi, que llega mejor a la habitación de invitados, o la manta de pelo color canela, o el dormir sobre dos colchones, pero aquí tengo ideas y todo. Quizá sea la atmósfera. Sin duda es eso. Paredes beige, grabados de bocetos de arquitectura neoclásica.  Madera tallada, porcelana pintada a mano. Lo que me lleva a  preguntarme como conseguí escribir incluso un soneto en inglés isabelino que alguien con poco criterio habría calificado incluso de aceptable, en esa habitación fria, blanca negra y de metal gris mate que tuve la mala fortuna de crear. Bueno, el haber tenido inspiración en forma de pelirroja musa contrarrestaba cualquier aberración ambiental.

Recuerdo que me levanté un día, vi esa pared de cuadros blancos y negros que me llevó días pintar y pensé "qué mierda es esa". Pequé de moderno y me toca pagarlo. Desde luego un mapamundi en latín del XVII es de mejor gusto que esa cosa psicodélica gris y negra que era el tablero de mi mesa.  Ya me queda serrar esa cama de metal gris digna del más feo de los hospitales militares de la época de Franco. Y hacer un cabecero de capitoné verde botella. Sin tener la más mínima idea de tapicería. Si queda tan ridiculamente mal que hace gracia, subo una foto.

Y con la habitación acabada seguro que empiezo a escribir cosas dignas y todo. Menuda cosa fea tenía antes, me avergüenzo y todo, pero me estoy redimiendo. Menos mal, ahora el papel pintado me va con los zapatos.

viernes, 28 de septiembre de 2012

Del otoño y el abandono

Escribo en el infame teclado de mi portátil, tengo el sobremesa desmontado. Pido disculpas de antemano si me como letras y no me doy cuenta, trataré de corregir todo lo que vea, no obstante. Escribo también bajo una manta de pelo y habiendo merendado un chocolate caliente aromatizado con naranja. Doy las gracias a Helios por irse un rato y a Zeus por reemplazarle, echaba de menos la gabardina.

Pero retomaré el otoño más tarde, que quiero empezar con una breve nota sobre el abandono. Estoy reformando mi cuarto, por fin diré adiós a ese horror blanquinegro que creé a los dieciséis años. Y he retomado las clases tras mi huida de turismo (quién me mandaba meterme a eso...), arqueología. Para lo que he de levantarme a las seis de la mañana. Compréndase que me apetezca poco escribir, levantarse a semejante hora debería ser ilegal. Pero hoy me he levantado más tarde, y alguien a quién considero una referencia y todo un ejemplo a seguir en cuanto a vestimenta y elegancia, me ha preguntado si he dejado de escribir aquí.

Así que aquí me hallo bajo la manta de pelo en una habitación de invitados porque la mia está impracticable, escribiendo en este odioso ordenador, que ya iba siendo hora de decir algo. Continúo con los temas otoñales. Me llegaron ayer tres sombreros que pedí hace un par de semanas. Justo para protegerme de las lluvias, y he de decir que no se que había hecho hasta ahora sin ellos. Viva el sombrero. Quién no tenga de eso, que se compre uno. Debería ser obligado.

Añado que encontré una corbata de siete pliegues italiana hecha en un taller romano, una maravilla. No es otoñal, pero es algo que ha de ser compartido.

Siempre me ha gustado el otoño, el recogerme en un abrigo y sentir la suavidad de una bufanda de cashmere acariciándome el cuello, el ajustármela con los guantes de cuero forrados de pelo. Además el ser de la camiseta de tirantes y las sandalias del que hablé en el horror estival se cubre un poco, y que el ser poseedor de innata fealdad e inexistente estilo se tape, es bueno. Aunque se ponga un gorro digno del más cegato de los reggaetoneros.

Además el otoño es época lluviosa, y no se nos ovide el valor añadido que da a una primera cita el poder juntarse bajo un paraguas mientras caen hojas color ocre. Que en verano se suda, y eso es poco elegante. Hay que recalcar, además, que las lluvias estivales tienen ese componente pegajoso insufrible del que el otoño se libra.

domingo, 2 de septiembre de 2012

El carácter de los objetos

Soy de los que piensan que los objetos adquieren carácter con los años. Y veo que solo hablo de cosas, tengo que hacerme mirar lo del materialismo. Esta máxima solo se aplica a los objetos que ya tenían algo de carácter antes de tener más años que el que opina sobre ellos, por supuesto, y que duran ese número de años sin despeinarse. Una corbata de siete pliegues, o unos zapatos hechos a mano adquirirán carácter, una camiseta vieja, agujeros, no sea que alguien piense ahora que esa camiseta que ya ha alcanzado el grado de camiseta pijama, tiene alguna clase de carácter que le imprime algo especial.

Esta entrada viene por una foto. He encontrado una foto con diez años de antigüedad en la que se ve a mi abuelo de espaldas, y a mi delante. No se ve nada más, pero yo se que ese momento es en el que me estaba dando su pisacorbatas porque la mía se me volaba con el aire. Recuerdo ese momento perfectamente. Mi primer pisacorbatas a los nueve años. Me pareció que estaba frío, y que era ligeramente incómodo, pero no se me metía en la cara el dichoso trozo de tela, así que estaba bien.

Aún lo conservo. De hecho, he tenido unos cuantos a lo largo de mi vida, ahora mismo tengo dos, y uno no me gusta. No es el que mi abuelo me regaló. Hoy mi abuela me ha contado la historia de este pequeño artilugio, la cual desconocía. Fue un regalo de una cofradía, un ateo izquierdoso con el pisacorbatas de una cofradía, curiosa paradoja. Pero tiene algo especial, ese carácter del que carecen las cosas nuevas, y sobre todo aquellas de las que uno es el primer propietario.

Le tengo cariño a mi Sailor Regulus. Magnífico plumín. Pero ni de lejos comparable a la Waterman ideal de la tía de mi abuela, modelo que se fabricó entre 1918 y mediados de los años 30. Tiene esa grieta en el plumín, esa mancha que no se va en la tapa que mi impecable Sailor no tiene, y son achaques que uno no quiere que tenga en principio, pero se les coge cariño. Ese golpe que le dió ese gato que ya no tienes y que cada vez que ves te hace recordar cuando lo recogiste de la calle, un cachorro en un cubo de basura famélico con ganas de recibir cariño.

Los objetos antiguos son mucho más que eso, un compendio de recuerdos y experiencias personales que uno puede rememorar sólo con mirarlos. Y no puede uno evitar preguntarse que esconderán todos esos antiguos objetos heredados que tiene uno por casa, la coctelera de plata de la misma propietaria de la Waterman, esa camisa a medida que encontré en una tienda de ropa usada que resulta me quedaba impecable y no pude resistirme a comprar, con las iniciales de su primer propietario bordadas en el pecho en el mismo color en el que a mi me gusta bordar las mías, desgraciadamente la letra no coincide, yo soy más de cursivas.

sábado, 1 de septiembre de 2012

Las mesas

Me gustan las mesas. Así que escribiré sobre ellas. Siempre me ha gustado la sensación de mojar la pluma en el tintero con el radiador junto a mis pies y escribir algo. Pero si se hace sobre una mesa lacada en blanco   pierde gracia. Me gustan los burós, secreteres, como el lector prefiera. Más si el tablero tiene el centro de cuero. Le da un aire elegante, y hace a uno sentirse todo un gentleman mientras redacta una carta con -por supuesto- impecable cursiva y cuidada retórica, que las mejores cartas son íntimas y ningún aparato alcanzará jamás la elegancia de una carta. Solo una mítica underwood manual se acerca y no, no alcanza.

El mundo en que vivimos la mesa es, como cualquier otro mueble, un objeto puramente práctico. Porque ultimamente aquellos que diseñan muebles tienen una regla, y un lapiz, o el paint. En el paint se hacen lineas rectas y rectángulos muy bien. Si uno busca una mesa ornamentada puede muy fácilmente descubrir que más allá de alguna tienda de decoración con un encanto especial, solo hallará piezas antiguas de considerables precios para su no siempre muy buen estado.  También seguro que algo se encuentra en alguna de esas tiendas tan de moda ahora en las que venden muebles directamente rotos, a medio pudrir, por precios desorbitados porque es muy chic tener un sofá podrido en el salón, que queda bohemio, y si la mesa tiene carcoma, mucho más distinguido, que la carcoma es única y no habrá otra carcoma igual.

No hay mucho más que decir, la verdad, salvo que me alegro sobremanera de poseer un escritorio de madera tallada y esbeltas patas, con ciertos achaques, pero sin carcoma y sin agujeros, que conste, del que disfrutar. Lo que tengo pendiente aún es aderezarlo con una escribanía y un tintero de Caran d'Ache para darle ese toque especial de profundo color a la firma.