sábado, 27 de octubre de 2012

Sobre el vulgo I

Tomaré prestado el subtítulo de uno de los blogs más interesantes que hay por ahí para comenzar con el post. Dice lo siguiente: "La masa adeocenada por la ordinariez que nos bombardea diariamente desde los medios masivos"(http://eleganciaperdida.blogspot.com.es/). Y es que es precisamente de eso de lo que quiero hablar, la masa adocenada, el vulgo, infame masa de gente gris.

Obviamente está por todas partes, por eso es masa. Así que todos lo hemos visto. Esa señora de mediana edad con un jersey de pico gris, pantalón gris, zapatos negros de tacón medio y bisutería poco destacable con blusa blanca, quizá gafas. Quién no ha visto ese espécimen.

El equivalente masculino es el hombre que inevitablemente padecerá alopecia y llevará mocasines tipo sebago con un traje de cuello desbocado, hombros dos tallas más anchos, mangas algo largas, camisas ya desgastadas por el uso con bolsillo en el pecho y alguna corbata de color infame. A ese lo conocemos todos, basta con entrar a cualquier oficina/sucursal bancaria/agencia de viajes y ahí lo tendremos.

Por supuesto, el gusto de esa gente es exactamente el mismo que el del cubículo de al lado. Encima se pegan por subir por las escaleras mecánicas del metro, creando aglomeración de infame masa vulgar que no nos deja pasar a los que recordamos que tenemos piernas y podemos utilizar una escalera normal.

Profundizaré más en la masa en la próxima entrega de "Sobre el vulgo". 

jueves, 18 de octubre de 2012

Sobre el vestir, entrega II


" Teach us that wealth is not elegance, that profusion is not magnificence, that splendor is not beauty"
                                                                                                                     Benjamin Disraeli

Aquí va un segundo compendio de pensamientos y opiniones sobre el vestir. Desde que tuve la ocasión de conocer a Luca Rubinacci (bendito Club del Aristócrata) he empezado a interesarme por formas alternativas de vestir con elegancia fuera del formal y casi anodino clasicismo en que había caído. Así que hice lo que hace todo el mundo, meterme en internet a devorar información mayoritariamente inútil. Por otra parte, encontré cosas verdaderamente inspiradoras,  fuera de toda norma establecida, pero que me han parecido reflexiones interesantes, no obstante. Huelga decir que más de una la he puesto en práctica.

Si tengo algún lector (me estoy poniendo pretencioso, asumo que tengo lectores) que siga el protocolo inglés a rajatabla  le pido que por favor no me pegue ni se suicide. No quisiéramos perder a alguien elegante, que ya anda la elegancia en peligro de extinción. Avisados quedan, damas y caballeros, de que lo que a continuación escribiré aquí va más allá del romper una norma del vestir y puede ser directamente puro raro.

El caso es que el bolsillo del pecho de la americana se debe vestir. Quién diga lo contrario que se vaya. De hecho yo sigo la máxima de vestir todo bolsillo del pecho, sea americana, abrigo, o lo que lleve puesto. Bueno, el pijama no cuenta. Pero más allá de tener que vestirlo con un pañuelo, hay calcetines con colores y diseños verdaderamente interesantes. Y no complementa mal una corbata de lana cuando el look es invernal.  Recibió más miradas el sombrero que el calcetín, curioso resultado.

Siguiendo por el camino del pañuelo vi una foto de un tipo con un pañuelo en colores que creaban un magnífico contraste. De hecho casi parecían dos. No hay que ser un genio para adivinar la siguiente idea. Por que no crear una mezcla de colores utilizando más de un pañuelo. Y según veo la idea del calcetín y el pañuelo juntos se me ocurre que no los mezclaría, pero si alguien se atreve, que mande foto, quiero verlo.

No son pocos los caballeros que llevan alguna clase de pin, o adorno en el ojal de la solapa. Desgraciadamente, el clavel rojo no abunda. Bellísimo toque y quién se pone algo en el ojal suele hacerlo más bien mal. Pero voy a salirme de lo habitual como ya dije, y plenatear que un gemelo de nudo de colores le daría un interesante toque de color a esa blazer azul marino. Esa aún tengo que probarla, que mis gemelos son demasiado sobrios.

domingo, 14 de octubre de 2012

Sobre dos colores

Mis spectators, por supuesto
Hablemos de zapatos. De spectators. Que ya era hora de que dedicase alguna entrada a algo que no sea la crítica destructiva. Así de paso adjunto una foto de los mios.

Los Spectators se supone que los inventó John Lobb en 1868, o eso dice Wikipedia. Yo sé de más de un cubano convencido de que fueron inventados en Cuba. También se dice que se empezaron a poner de moda cuando dejaron de estarlo las polainas, para mantener el contraste bicolor.

En cualquier caso, el spectator es una de los más extravagantes zapatos comprendidos dentro del vestir clásico. En su mayoría, se ven en forma de oxford full brogue o saddle. Más el primero que el segundo, y aprovecho para jactarme de haber encontrado unos marrones half brogue, aunque tampoco importa mucho, ya ni el más abundante parece existir.

Pocos hombres hay, sobre todo en España, que se atrevan a ponerse algo que no sea un mocasín de tipo sebago . Qué decir entonces del spectator, si todo el mundo se pone algo que deriva de una zapatilla de andar por casa.  Uno recibe miradas de todo tipo, curiosa demostración si se tiene en cuenta que el derivado femenino, clásico modelo de Chanel, se acepta perfectamente, pero claro, parece que algo de extravagancia siendo hombre es menos llamativa en esas más que terribles camisetas de tirantes escotadas de marinero empobrecido con las que me meteré otro día.

sábado, 29 de septiembre de 2012

Vivir entre modernidad.

"It is only the modern that ever becomes old-fashioned"
                                                                        Oscar Wilde (again).

No se si es el wifi, que llega mejor a la habitación de invitados, o la manta de pelo color canela, o el dormir sobre dos colchones, pero aquí tengo ideas y todo. Quizá sea la atmósfera. Sin duda es eso. Paredes beige, grabados de bocetos de arquitectura neoclásica.  Madera tallada, porcelana pintada a mano. Lo que me lleva a  preguntarme como conseguí escribir incluso un soneto en inglés isabelino que alguien con poco criterio habría calificado incluso de aceptable, en esa habitación fria, blanca negra y de metal gris mate que tuve la mala fortuna de crear. Bueno, el haber tenido inspiración en forma de pelirroja musa contrarrestaba cualquier aberración ambiental.

Recuerdo que me levanté un día, vi esa pared de cuadros blancos y negros que me llevó días pintar y pensé "qué mierda es esa". Pequé de moderno y me toca pagarlo. Desde luego un mapamundi en latín del XVII es de mejor gusto que esa cosa psicodélica gris y negra que era el tablero de mi mesa.  Ya me queda serrar esa cama de metal gris digna del más feo de los hospitales militares de la época de Franco. Y hacer un cabecero de capitoné verde botella. Sin tener la más mínima idea de tapicería. Si queda tan ridiculamente mal que hace gracia, subo una foto.

Y con la habitación acabada seguro que empiezo a escribir cosas dignas y todo. Menuda cosa fea tenía antes, me avergüenzo y todo, pero me estoy redimiendo. Menos mal, ahora el papel pintado me va con los zapatos.

viernes, 28 de septiembre de 2012

Del otoño y el abandono

Escribo en el infame teclado de mi portátil, tengo el sobremesa desmontado. Pido disculpas de antemano si me como letras y no me doy cuenta, trataré de corregir todo lo que vea, no obstante. Escribo también bajo una manta de pelo y habiendo merendado un chocolate caliente aromatizado con naranja. Doy las gracias a Helios por irse un rato y a Zeus por reemplazarle, echaba de menos la gabardina.

Pero retomaré el otoño más tarde, que quiero empezar con una breve nota sobre el abandono. Estoy reformando mi cuarto, por fin diré adiós a ese horror blanquinegro que creé a los dieciséis años. Y he retomado las clases tras mi huida de turismo (quién me mandaba meterme a eso...), arqueología. Para lo que he de levantarme a las seis de la mañana. Compréndase que me apetezca poco escribir, levantarse a semejante hora debería ser ilegal. Pero hoy me he levantado más tarde, y alguien a quién considero una referencia y todo un ejemplo a seguir en cuanto a vestimenta y elegancia, me ha preguntado si he dejado de escribir aquí.

Así que aquí me hallo bajo la manta de pelo en una habitación de invitados porque la mia está impracticable, escribiendo en este odioso ordenador, que ya iba siendo hora de decir algo. Continúo con los temas otoñales. Me llegaron ayer tres sombreros que pedí hace un par de semanas. Justo para protegerme de las lluvias, y he de decir que no se que había hecho hasta ahora sin ellos. Viva el sombrero. Quién no tenga de eso, que se compre uno. Debería ser obligado.

Añado que encontré una corbata de siete pliegues italiana hecha en un taller romano, una maravilla. No es otoñal, pero es algo que ha de ser compartido.

Siempre me ha gustado el otoño, el recogerme en un abrigo y sentir la suavidad de una bufanda de cashmere acariciándome el cuello, el ajustármela con los guantes de cuero forrados de pelo. Además el ser de la camiseta de tirantes y las sandalias del que hablé en el horror estival se cubre un poco, y que el ser poseedor de innata fealdad e inexistente estilo se tape, es bueno. Aunque se ponga un gorro digno del más cegato de los reggaetoneros.

Además el otoño es época lluviosa, y no se nos ovide el valor añadido que da a una primera cita el poder juntarse bajo un paraguas mientras caen hojas color ocre. Que en verano se suda, y eso es poco elegante. Hay que recalcar, además, que las lluvias estivales tienen ese componente pegajoso insufrible del que el otoño se libra.

domingo, 2 de septiembre de 2012

El carácter de los objetos

Soy de los que piensan que los objetos adquieren carácter con los años. Y veo que solo hablo de cosas, tengo que hacerme mirar lo del materialismo. Esta máxima solo se aplica a los objetos que ya tenían algo de carácter antes de tener más años que el que opina sobre ellos, por supuesto, y que duran ese número de años sin despeinarse. Una corbata de siete pliegues, o unos zapatos hechos a mano adquirirán carácter, una camiseta vieja, agujeros, no sea que alguien piense ahora que esa camiseta que ya ha alcanzado el grado de camiseta pijama, tiene alguna clase de carácter que le imprime algo especial.

Esta entrada viene por una foto. He encontrado una foto con diez años de antigüedad en la que se ve a mi abuelo de espaldas, y a mi delante. No se ve nada más, pero yo se que ese momento es en el que me estaba dando su pisacorbatas porque la mía se me volaba con el aire. Recuerdo ese momento perfectamente. Mi primer pisacorbatas a los nueve años. Me pareció que estaba frío, y que era ligeramente incómodo, pero no se me metía en la cara el dichoso trozo de tela, así que estaba bien.

Aún lo conservo. De hecho, he tenido unos cuantos a lo largo de mi vida, ahora mismo tengo dos, y uno no me gusta. No es el que mi abuelo me regaló. Hoy mi abuela me ha contado la historia de este pequeño artilugio, la cual desconocía. Fue un regalo de una cofradía, un ateo izquierdoso con el pisacorbatas de una cofradía, curiosa paradoja. Pero tiene algo especial, ese carácter del que carecen las cosas nuevas, y sobre todo aquellas de las que uno es el primer propietario.

Le tengo cariño a mi Sailor Regulus. Magnífico plumín. Pero ni de lejos comparable a la Waterman ideal de la tía de mi abuela, modelo que se fabricó entre 1918 y mediados de los años 30. Tiene esa grieta en el plumín, esa mancha que no se va en la tapa que mi impecable Sailor no tiene, y son achaques que uno no quiere que tenga en principio, pero se les coge cariño. Ese golpe que le dió ese gato que ya no tienes y que cada vez que ves te hace recordar cuando lo recogiste de la calle, un cachorro en un cubo de basura famélico con ganas de recibir cariño.

Los objetos antiguos son mucho más que eso, un compendio de recuerdos y experiencias personales que uno puede rememorar sólo con mirarlos. Y no puede uno evitar preguntarse que esconderán todos esos antiguos objetos heredados que tiene uno por casa, la coctelera de plata de la misma propietaria de la Waterman, esa camisa a medida que encontré en una tienda de ropa usada que resulta me quedaba impecable y no pude resistirme a comprar, con las iniciales de su primer propietario bordadas en el pecho en el mismo color en el que a mi me gusta bordar las mías, desgraciadamente la letra no coincide, yo soy más de cursivas.

sábado, 1 de septiembre de 2012

Las mesas

Me gustan las mesas. Así que escribiré sobre ellas. Siempre me ha gustado la sensación de mojar la pluma en el tintero con el radiador junto a mis pies y escribir algo. Pero si se hace sobre una mesa lacada en blanco   pierde gracia. Me gustan los burós, secreteres, como el lector prefiera. Más si el tablero tiene el centro de cuero. Le da un aire elegante, y hace a uno sentirse todo un gentleman mientras redacta una carta con -por supuesto- impecable cursiva y cuidada retórica, que las mejores cartas son íntimas y ningún aparato alcanzará jamás la elegancia de una carta. Solo una mítica underwood manual se acerca y no, no alcanza.

El mundo en que vivimos la mesa es, como cualquier otro mueble, un objeto puramente práctico. Porque ultimamente aquellos que diseñan muebles tienen una regla, y un lapiz, o el paint. En el paint se hacen lineas rectas y rectángulos muy bien. Si uno busca una mesa ornamentada puede muy fácilmente descubrir que más allá de alguna tienda de decoración con un encanto especial, solo hallará piezas antiguas de considerables precios para su no siempre muy buen estado.  También seguro que algo se encuentra en alguna de esas tiendas tan de moda ahora en las que venden muebles directamente rotos, a medio pudrir, por precios desorbitados porque es muy chic tener un sofá podrido en el salón, que queda bohemio, y si la mesa tiene carcoma, mucho más distinguido, que la carcoma es única y no habrá otra carcoma igual.

No hay mucho más que decir, la verdad, salvo que me alegro sobremanera de poseer un escritorio de madera tallada y esbeltas patas, con ciertos achaques, pero sin carcoma y sin agujeros, que conste, del que disfrutar. Lo que tengo pendiente aún es aderezarlo con una escribanía y un tintero de Caran d'Ache para darle ese toque especial de profundo color a la firma.




viernes, 31 de agosto de 2012

Menos es más

Que salí decimonónico (o más afín a la primera mitad del XX, por lo menos) no debería ser una novedad para nadie a estas alturas. Voy a hablar sobre el minimalismo,  y comenzaré diciendo que mi respuesta a la frase que encabeza esto es "y una mierda".

El minimalismo es más vulgar forma de sofisticación, no deja espacio para nada de buen gusto, su vacío lo acapara todo. Le tengo especial manía al objeto ese de plástico transparente con forma de silla barroca que diseñó Philippe Starck, la "fantasma luis" esa. Supongo que las venerarán en alguna planta de fabricación de botellas de plástico; su material sirve para fabricar algo que no da cáncer si lo utilizas repetidas veces y casi parece digno. O eso pensarán ellos, a mi me parece cutre.

Desde que la iglesia dejó de ser mecenas del arte (su mayor, universal y prácticamente única aportación válida a la humanidad en mi opinión), y por esto me refiero a gastarse ingentes cantidades de dinero en que Miguel Angel y artistas de similar nivel y todos los campos creasen magníficas obras bajo su mecenazgo,  no esas iglesias quizá arquitectónicamente interesantes pero poseedoras de una fealdad de bíblicas proporciones, y desde que ya no se piden grandes obras decentes (por supuesto estoy ignorando la estatua de Fabra frente al aeropuerto de Castellón, que grande es, pero no por ello estéticamente decente), el arte ha experimentado una situación de "Laissez-faire" en la que todo es muy indie y las grandes mentes creadoras hacen lo que quieren.

Y haciendo lo que quieren uno se encuentra con que todo sigue las pautas del momento. Vale, todo todo no, alguno hace algo distinto, pero bajo un estilo propio (estaría bueno si encima lo hiciesen todo igual) todo se puede reconocer como de este periodo. No que sea algo raro, al fin y al cabo toda corriente artística ha tenido su momento, pero que reconozcamos el momento por su simplicidad y nuestros edificios por ser cajas de cristal no es que tenga demasiado mérito cuando con un cuarto de la tecnología (o menos) construyeron Santa Sofía que más de mil años después sigue en pie e impresionando al visitante.

Vivimos el momento de mayor ilustración del hombre, sabemos más, tenemos más, vivimos más. Desde una caja de cristal decorada con más cajas rectilíneas a modo de mobiliario , rodeados de una oda al plástico, muchos sin un buen libro cerca. Y a ver cuanto de eso dura mil años.

Padecemos el síndrome de lo que ahora en adelante llamaré "Homo Mínimus". Si, con mayúsculas, nombre propio, para meterlos en otra categoría solo para ellos, que si me acerco a ellos aunque sea por cuestiones biológicas me entra urticaria. Y esto se aplica a casi todos los campos que soy capaz de imaginar. Todo se simplifica. La ropa (ya se conoce mi opinión a lrespecto), la música, las formas, el pensamiento.

Y es que ahora existe esa aberración, salida del mismísimo culo de Satanás, llamada Dubstep. Bueno, quizá un pedo de Lucifer sea más músical. Consiste, he podido sufrir, en una serie de golpes a cosas repetidos muchas veces mientras a veces alguna especie de voz similar a la que puede emitir mi gata si le piso la cola repite una frase de considerable simpleza e inexistente valor lírico. Cierto es que no es música minimalista, técnicamente, no voy a meterme con Clint mansell que su Lux Aeterna no está tampoco mal, pero es tan simple como esos muebles rectangulares que he descrito antes. Casi más simple que las gafas de broma de Skrillex, diría yo.

Lo mismo se puede decir de las formas. Que levante la mano el que últimamente, cenando con alguna dama, se ha levantado en el momento en el que ella abandonaba la mesa momentáneamente. También cuenta aquel al que se la ha ocurrido pero no lo ha hecho por timidez a que el gesto no sea comprendido. Que se manifieste aquel que conozca el protocolo de uso del sombrero. Cierto, que nadie usa de eso.

martes, 28 de agosto de 2012

Anécdotas de gañán II

Quiero hablar esta noche de los seres que he visto en el IKEA de Alcorcón. Se trata de un lugar más edificado que mi rural morada, tienen farolas y todo, pero no por ello es más civilizado. Pido disculpas a mis conocidos del lugar, no sea que alguno lo lea. De hecho, creo que las nocturnas peleas de gatos que acontencen en mi jardín casi a diario pueden presumir de bastante más elegancia. Duelos a la luz de la luna en los que disputar el territorio con tu declarado enemigo. Vale, quizá lo exagere un poco.

Pero he de decir que encontrarse con esos seres que describí en mi comentario sobre el horror estival, en grandes cantidades, unido a las abuelas peleándose con las hijas sobre si el nieto necesita o no una agenda para su regreso al terreno de aprendizaje antipedagógico que es el colegio español, todo esto utilizando los más zafios y vulgares vocablos que uno pueda imaginarse, le afecta a uno.

Y quiero hacer especial mención al señor de más que considerable envergadura que dejaba el carrito del pobre retoño (y digo pobre porque con semejantes progenitores solo puede salir reggaetonero)en medio. Hombre de poco pelo, camiseta de tirantes y pantalones cortos, total seguidor del inigualable estilo de Paqurrín, que colocaba atravesado en un pasillo del Alcampo (si, he entrado a ese lugar en el que la pescadería es más maloliente de lo habitual, soy un valiente sin igual) el carrito mientras ocupaba el resto del espacio libre con su circunferencia.

Este inmenso hombre,abundante ser, gran cosa sobre dos patas, se paró sorprendido, cogió del hombro a la que supongo sería su pareja y señaló unas magdalenas al grito de ¡¡MIRA!! ¡¡MUFFINS!! Confieso mi deseo de haberle dicho, tu eres un idiot, un imbecile, un arschloch y retarded.

Menuda manía de llamar a cosas con nombres plenamente establecidos en nuestro idioma utilizando anglicismos de modernos. Y no quiero entrar ahora en un debate sobre el uso correcto del anglicismo, pero señalar una magdalena como si fuese algo sumamente exótico porque lo llama de otra forma demuestra que el nivel de sofisticación de su persona es equivalente al de su pareja y su vestimenta (no, la señora no era mucho mejor).

Alcoholes venerables I, El Whisky de malta.

Tengo una botella de vodka rojo en el bar. Juro, por todo lo que el lector quiera o considere sagrado que se la dejó una amiga y semejante artefacto del diablo no me pertenece. También juro que no he tocado ese recipiente de cristal con el carmesí cianuro en su interior.

Hoy voy a hablar del whisky, que me gusta. Y así va a tono con el "De la bebida" que publiqué hace poco.

El whisky de malta. Conocido como Single malt. Gran desconocido de los lugares de ocio medios de hoy. Recuerdo que una vez pedí uno en una discoteca y me preguntaron qué era eso, por lo que tuve que conformarme con un gin-tonic. Siempre me ha asombrado la capacidad de las gentes de hoy en día para ignorar que las bebidas pueden tomarse sin mezclarse necesariamente con algún tipo de refresco gaseoso. Claro, que teniendo en cuenta lo que se suele beber, más vale si no quiere uno sufrir, mucho.

Un whisky de malta se bebe solo. Y ante eso me muestro inamovible y el que diga lo contrario merece ser atravesado por un sable. De los de caballería triangulares, que son más largos y grandes, para hacer más daño. Vivimos en un mundo que ultimamente ha perdido la capacidad de apreciar el ahumado de un buen whisky, el sabor que le confiere esa barrica de bourbon jubilada. Una destilería no se ha pasado años dejando envejecer un whisky tras filtrar el agua de los highlands por materiales concretos para que luego alguien le eche ese agua colorada con burbujas y muchos edulcorantes que causa descalcificación llamada cola.

Confieso haber tratado de que algún conocido mío lo probase. Y suelen opinar que está muy fuerte, y quema. Con razón, eso pasa por no saborearlo. Tiene sabor, está pensado para que sepa a algo, no tiene un proceso de elaboración tan complejo como para que uno se lo trague sin más. No es un chupito de vodka malo, y quién lo trate así, merece el sable.

sábado, 25 de agosto de 2012

El arte de la conversación

Comienzo con la confesión: Creo que hay pocas cosas que odie más que alguien con una conversación insulsa o idiota. Está a la par con el mal Whisky ,el muy muy malo que es dañino hasta para el alma, ese que no tiene color y se acerca más al aguarrás que a cualquier cosa que se pueda beber.

Siempre me he preguntado qué habrá detrás de esa gente que uno no conoce, y cuya principal conversación con el recién conocido son monosílabos y cosas considerablemente anodinas. Ya sea por no matar a nuestro interlocutor (y es que lo de matar es muy feo), o por no caer en la mediocridad de lo anodino, cosa sumamente terrible e inaceptable para cualquier caballero (¡no queremos destacar por ser más mediocres de lo habitual!), uno habrá de dominar la buena conversación.

Creo que el primer paso es sueprar el miedo a hablar primero de algo que no sea una imbecilidad. La mayoría de la gente, desea conocer las cartas del otro antes de enseñar las suyas. Pero teniendo en cuenta que el otro hará lo mismo, de poco sirve. ¿Cuántas personas inteligentes, con mucho que decir, se refugiarán en las banalidades y lo trivial al hablar con alguien a quién no conocen?

Todo en su justa medida, por supuesto, que como dijo algún chino en su día, más vale callar y parecer tonto que hablar y despejar las dudas definitivamente, pero uno no puede evitar preguntarse la cantidad de conversaciones sumamente interesantes que se ha perdido por culpa de temas como el tiempo.

Creo que toda persona debería saber un poco de todo, aunque lamentablemente debo decir que últimamente encuentro gente incapaz de seguir la mayoría de temas de conversación que a un servidor se le pueden ocurrir. Y eso que no suelo sacar la historia de la influencia social de la patata y me limito a cosas más simples.

Terminaré diciendo que una buena conversación debería atrapar tanto a uno que su interlocutor fuese capaz de quitarle el pañuelo de bolsillo y jugar con el, sin que uno no se diese ni cuenta.

Vale, el hecho de que hubiese sido una bella dama quizá distrajese mi atención, todo sea dicho.


viernes, 10 de agosto de 2012

Sobre el vestir, entrega I

"You can never be overdressed or over-educated."
                                                                            Oscar Wilde

Nunca va uno demasiado vestido ni estará demasiado formado. Pero aquí el autor huyó de la universidad, así que hasta que no alcance el comienzo de la próxima y esperemos que más acertada carrera centrémonos en lo primero.

Que uno se pregunte qué se pone es una pregunta que todo aquel con cierto sentido de la estética se ha hecho. Que la respuesta a esa pregunta sea "esta camiseta" y el destino la ópera debería, en cambio, ser ilegal.

Diría que todos conocemos el concepto de vestirse para la ocasión. Pero de ahí a que luego haya valor para aplicarlo hay un abismo, un desierto o cualquier cosa infranqueable que a uno se le pueda ocurrir. La gente teme vestirse. Teme ir demasiado vestida. Y tiene miedo a la vestimenta. Seguro que todos conocemos a alguien que teme "haberse pasado", "ponerse algo tan elegante" o que tiene el traje por un abrigo de pelo sumamente caluroso.

Y uno se pregunta por qué a principios de siglo eso no pasaba. Claro, todo el mundo tenía claro qué era apropiado a qué horas y no iba a una boda de mañana con un vestido de raso largo o un traje negro. No es que sea sumamente complicado, y eliminamos dos de las tres preguntas. Queda pues el miedo a la vestimenta.

El miedo a la vestimenta deriva de la ignorancia. Recuerdo un conocido qué explicó su razón para no llevar traje: "sudo, nunca mejor dicho". Llevaba vaqueros. Repito, llevaba vaqueros. Uno se pregunta entonces qué clase de demoníaco ente ha poseído a semejante espécimen para convencerle de que unos vaqueros son más frescos que un traje de verano. Debe ser el que inventó los plumas brillantes con pelo alrededor de la capucha, solo puede ser obra de semejante mal. Hay que reconocer, no obstante, el valor del diabólico ente por poseer a semejante persona sin considerar el suicidio como opción válida.




jueves, 9 de agosto de 2012

Anécdotas de gañán I

Como se puede deducir del título, esto se convertirá en algo habitual. Un lugar en el que verter anécdotas varias. Pero empecemos con una explicación. Por qué autodenominarme gañán. Vivo en la sierra, mi casa la rodean un descampado con hierba seca, un burro algo más arriba y un vecino pirómano detrás. Poco se vive por aquí.

Realizadas las explicaciones pertinentes, diré que hoy he visitado al panteón de los hombres ilustres. Ingenuo de mi, que imaginaba algo similar al de París. Parece ser que en Madrid tenemos un edificio de arquitectura neobizantina cuyo parecido a cualquier edificio bizantino es pura coincidencia con varios políticos decimonónicos colocados en su interior. Además tiene aspecto desangelado, y tiende a la fealdad.

Cabe destacar que los escultores hicieron un gran trabajo en lo que a las esculturas en bulto redondo se refiere, pero se cansaron al llegar a los relieves. Apenas perceptibles. Qué le costaba haberle dado un poco más con el cincel para que se distinguiera un angelito de otro en el mural, oiga.

Pero no ha sido todo sufrimiento, exceptuando el justiciero sol, no ha estado mal, han salido unas cuantas fotos interesantes de edificios en los que jamás me había fijado y ya obra en mi poder otro 120 para el próximo paseo fotográfico.


Sobre el horror estival.

Fiel al título del blog, voy a confesar que temo al verano. Bueno, temo por mis córneas, para ser más exactos.

Siempre me he preguntado qué tiene el verano que hace tanto mal a la humanidad. Porque el verano es fábrica de horrores allá dónde la temperatura hace a uno sudar. Cuando uno sale a la calle en estos meses, se pregunta qué mal le ha hecho al mundo para verse obligado a ver la cúspide de lo antiestético, depravados especímenes de gran envergadura, que deciden que el ponerse una camiseta de tirantes con sandalias es una buena idea.

Cabe hacer hincapié en que, nunca, bajo ninguna circunstancia ni posibilidad que pueda ser tenida en cuenta, los pies que dejarán ver las sandalias serán bellos. Ni estéticos. El ser que así se viste profesa una fe particular, conocida únicamente por seres de la misma calaña. Estoy completamente seguro de que tienen expresamente prohibido por su mugriento testamento la higiene de las uñas de los pies, cuya amarilla tonalidad exhiben sin ningún pudor.

Ante semejante espectáculo sólo queda pues mirar al frente. Pero no es sencillo, ya que irá coronado el ser por alguna gorra de publicidad que debió haber visto terminados sus días hace varias décadas. Quemada, preferiblemente. Con napalm. Y uno sabe, inevitablemente, que quién lleva ese aspecto tiene por lugar de culto a su particular deidad de la mugre y la fealdad el bar de la esquina.

El bar, lugar de sacro valor donde la camiseta de tirantes con gorra se unirá a sus congéneres en simiescos berridos dignos de cualquier otra especie, para mediante los mismos tratar de impulsar a su jugador de fútbol favorito. Pero con el futbolero feo y poco sofisticado de mediana edad me meteré otro día, que estábamos hablando de la estética estival.

No hay que olvidarse de la mujer. Hay gente que no tiene complejos. Será muy bueno para la autoestima, pero el saber que se tiene una envergadura determinada y el ser consciente de las limitaciones que esto supone no estaría de más. Seguro que varias personas mueren al año por alguna complicación cardiovascular derivada de comprimir la arteria femoral con pantalones con no más tela que unos panties varias tallas menos de lo que sus abundantes muslos requieren.

Y, digo yo, ¿una camisa de lino holgada no será más fresca? Más ligera, más transpirable y no destruye la visión de ningún pobre transeúnte con un mínimo sentido de la estética. Pero claro, la visión de que una camisa da calor es todopoderosa y nada tiene que hacer el ser de la camiseta de tirantes frente a ella.

Introducción, para guardar las formas.

Damas y caballeros,


Qué otra forma de comenzar algo así que una introducción. Hay que guardar las formas, en la actualidad de amorfa fealdad que vivimos, cualquiera que aspire a ser un caballero (o en su defecto ser tenido en cuenta como tal por el feo mundo que hay a su alrededor), ha de tener en cuenta eso. Que entonces uno cae en lo mundano, y lo mundano es mediocre, zafia fealdad de la que sobresalir con la elegancia por bandera. 



Así pues, saludo a mis lectores. O lector. Quizá el plural sea optimista, desde luego lo es a estas alturas. Pero qué clase de anfitrión sería si no me presentase. Ya que, como rincón personal mío, está el lector adentrándose en mi casa en cierto modo, y digo en mi casa porque en mi puede sonar sucio. 



Más allá de lo que de mi pueda decir mi perfil, el lector merece una presentación más personal, así pues, me gustan los trajes, me pierden las faldas, y adoro los coches clásicos. Por ese orden, pero todo por detrás de mi persona. Opino que en el mundo de hoy el mal gusto es la norma, por lo que ser irreverente ante el mundo, por ende, ha de ser muestra de sofisticación. 



Tengo previstas muchas cosas, pero tampoco diré mucho por prudencia, ya que no se en que quedará esto. Igual que fuí prudente al calificarme de intento de caballero. Pero del camino que me queda por recorrer se hablará otro día, demasiado para un entrante.



Saludos,
Un caballero en proceso.