viernes, 31 de agosto de 2012

Menos es más

Que salí decimonónico (o más afín a la primera mitad del XX, por lo menos) no debería ser una novedad para nadie a estas alturas. Voy a hablar sobre el minimalismo,  y comenzaré diciendo que mi respuesta a la frase que encabeza esto es "y una mierda".

El minimalismo es más vulgar forma de sofisticación, no deja espacio para nada de buen gusto, su vacío lo acapara todo. Le tengo especial manía al objeto ese de plástico transparente con forma de silla barroca que diseñó Philippe Starck, la "fantasma luis" esa. Supongo que las venerarán en alguna planta de fabricación de botellas de plástico; su material sirve para fabricar algo que no da cáncer si lo utilizas repetidas veces y casi parece digno. O eso pensarán ellos, a mi me parece cutre.

Desde que la iglesia dejó de ser mecenas del arte (su mayor, universal y prácticamente única aportación válida a la humanidad en mi opinión), y por esto me refiero a gastarse ingentes cantidades de dinero en que Miguel Angel y artistas de similar nivel y todos los campos creasen magníficas obras bajo su mecenazgo,  no esas iglesias quizá arquitectónicamente interesantes pero poseedoras de una fealdad de bíblicas proporciones, y desde que ya no se piden grandes obras decentes (por supuesto estoy ignorando la estatua de Fabra frente al aeropuerto de Castellón, que grande es, pero no por ello estéticamente decente), el arte ha experimentado una situación de "Laissez-faire" en la que todo es muy indie y las grandes mentes creadoras hacen lo que quieren.

Y haciendo lo que quieren uno se encuentra con que todo sigue las pautas del momento. Vale, todo todo no, alguno hace algo distinto, pero bajo un estilo propio (estaría bueno si encima lo hiciesen todo igual) todo se puede reconocer como de este periodo. No que sea algo raro, al fin y al cabo toda corriente artística ha tenido su momento, pero que reconozcamos el momento por su simplicidad y nuestros edificios por ser cajas de cristal no es que tenga demasiado mérito cuando con un cuarto de la tecnología (o menos) construyeron Santa Sofía que más de mil años después sigue en pie e impresionando al visitante.

Vivimos el momento de mayor ilustración del hombre, sabemos más, tenemos más, vivimos más. Desde una caja de cristal decorada con más cajas rectilíneas a modo de mobiliario , rodeados de una oda al plástico, muchos sin un buen libro cerca. Y a ver cuanto de eso dura mil años.

Padecemos el síndrome de lo que ahora en adelante llamaré "Homo Mínimus". Si, con mayúsculas, nombre propio, para meterlos en otra categoría solo para ellos, que si me acerco a ellos aunque sea por cuestiones biológicas me entra urticaria. Y esto se aplica a casi todos los campos que soy capaz de imaginar. Todo se simplifica. La ropa (ya se conoce mi opinión a lrespecto), la música, las formas, el pensamiento.

Y es que ahora existe esa aberración, salida del mismísimo culo de Satanás, llamada Dubstep. Bueno, quizá un pedo de Lucifer sea más músical. Consiste, he podido sufrir, en una serie de golpes a cosas repetidos muchas veces mientras a veces alguna especie de voz similar a la que puede emitir mi gata si le piso la cola repite una frase de considerable simpleza e inexistente valor lírico. Cierto es que no es música minimalista, técnicamente, no voy a meterme con Clint mansell que su Lux Aeterna no está tampoco mal, pero es tan simple como esos muebles rectangulares que he descrito antes. Casi más simple que las gafas de broma de Skrillex, diría yo.

Lo mismo se puede decir de las formas. Que levante la mano el que últimamente, cenando con alguna dama, se ha levantado en el momento en el que ella abandonaba la mesa momentáneamente. También cuenta aquel al que se la ha ocurrido pero no lo ha hecho por timidez a que el gesto no sea comprendido. Que se manifieste aquel que conozca el protocolo de uso del sombrero. Cierto, que nadie usa de eso.

martes, 28 de agosto de 2012

Anécdotas de gañán II

Quiero hablar esta noche de los seres que he visto en el IKEA de Alcorcón. Se trata de un lugar más edificado que mi rural morada, tienen farolas y todo, pero no por ello es más civilizado. Pido disculpas a mis conocidos del lugar, no sea que alguno lo lea. De hecho, creo que las nocturnas peleas de gatos que acontencen en mi jardín casi a diario pueden presumir de bastante más elegancia. Duelos a la luz de la luna en los que disputar el territorio con tu declarado enemigo. Vale, quizá lo exagere un poco.

Pero he de decir que encontrarse con esos seres que describí en mi comentario sobre el horror estival, en grandes cantidades, unido a las abuelas peleándose con las hijas sobre si el nieto necesita o no una agenda para su regreso al terreno de aprendizaje antipedagógico que es el colegio español, todo esto utilizando los más zafios y vulgares vocablos que uno pueda imaginarse, le afecta a uno.

Y quiero hacer especial mención al señor de más que considerable envergadura que dejaba el carrito del pobre retoño (y digo pobre porque con semejantes progenitores solo puede salir reggaetonero)en medio. Hombre de poco pelo, camiseta de tirantes y pantalones cortos, total seguidor del inigualable estilo de Paqurrín, que colocaba atravesado en un pasillo del Alcampo (si, he entrado a ese lugar en el que la pescadería es más maloliente de lo habitual, soy un valiente sin igual) el carrito mientras ocupaba el resto del espacio libre con su circunferencia.

Este inmenso hombre,abundante ser, gran cosa sobre dos patas, se paró sorprendido, cogió del hombro a la que supongo sería su pareja y señaló unas magdalenas al grito de ¡¡MIRA!! ¡¡MUFFINS!! Confieso mi deseo de haberle dicho, tu eres un idiot, un imbecile, un arschloch y retarded.

Menuda manía de llamar a cosas con nombres plenamente establecidos en nuestro idioma utilizando anglicismos de modernos. Y no quiero entrar ahora en un debate sobre el uso correcto del anglicismo, pero señalar una magdalena como si fuese algo sumamente exótico porque lo llama de otra forma demuestra que el nivel de sofisticación de su persona es equivalente al de su pareja y su vestimenta (no, la señora no era mucho mejor).

Alcoholes venerables I, El Whisky de malta.

Tengo una botella de vodka rojo en el bar. Juro, por todo lo que el lector quiera o considere sagrado que se la dejó una amiga y semejante artefacto del diablo no me pertenece. También juro que no he tocado ese recipiente de cristal con el carmesí cianuro en su interior.

Hoy voy a hablar del whisky, que me gusta. Y así va a tono con el "De la bebida" que publiqué hace poco.

El whisky de malta. Conocido como Single malt. Gran desconocido de los lugares de ocio medios de hoy. Recuerdo que una vez pedí uno en una discoteca y me preguntaron qué era eso, por lo que tuve que conformarme con un gin-tonic. Siempre me ha asombrado la capacidad de las gentes de hoy en día para ignorar que las bebidas pueden tomarse sin mezclarse necesariamente con algún tipo de refresco gaseoso. Claro, que teniendo en cuenta lo que se suele beber, más vale si no quiere uno sufrir, mucho.

Un whisky de malta se bebe solo. Y ante eso me muestro inamovible y el que diga lo contrario merece ser atravesado por un sable. De los de caballería triangulares, que son más largos y grandes, para hacer más daño. Vivimos en un mundo que ultimamente ha perdido la capacidad de apreciar el ahumado de un buen whisky, el sabor que le confiere esa barrica de bourbon jubilada. Una destilería no se ha pasado años dejando envejecer un whisky tras filtrar el agua de los highlands por materiales concretos para que luego alguien le eche ese agua colorada con burbujas y muchos edulcorantes que causa descalcificación llamada cola.

Confieso haber tratado de que algún conocido mío lo probase. Y suelen opinar que está muy fuerte, y quema. Con razón, eso pasa por no saborearlo. Tiene sabor, está pensado para que sepa a algo, no tiene un proceso de elaboración tan complejo como para que uno se lo trague sin más. No es un chupito de vodka malo, y quién lo trate así, merece el sable.

sábado, 25 de agosto de 2012

El arte de la conversación

Comienzo con la confesión: Creo que hay pocas cosas que odie más que alguien con una conversación insulsa o idiota. Está a la par con el mal Whisky ,el muy muy malo que es dañino hasta para el alma, ese que no tiene color y se acerca más al aguarrás que a cualquier cosa que se pueda beber.

Siempre me he preguntado qué habrá detrás de esa gente que uno no conoce, y cuya principal conversación con el recién conocido son monosílabos y cosas considerablemente anodinas. Ya sea por no matar a nuestro interlocutor (y es que lo de matar es muy feo), o por no caer en la mediocridad de lo anodino, cosa sumamente terrible e inaceptable para cualquier caballero (¡no queremos destacar por ser más mediocres de lo habitual!), uno habrá de dominar la buena conversación.

Creo que el primer paso es sueprar el miedo a hablar primero de algo que no sea una imbecilidad. La mayoría de la gente, desea conocer las cartas del otro antes de enseñar las suyas. Pero teniendo en cuenta que el otro hará lo mismo, de poco sirve. ¿Cuántas personas inteligentes, con mucho que decir, se refugiarán en las banalidades y lo trivial al hablar con alguien a quién no conocen?

Todo en su justa medida, por supuesto, que como dijo algún chino en su día, más vale callar y parecer tonto que hablar y despejar las dudas definitivamente, pero uno no puede evitar preguntarse la cantidad de conversaciones sumamente interesantes que se ha perdido por culpa de temas como el tiempo.

Creo que toda persona debería saber un poco de todo, aunque lamentablemente debo decir que últimamente encuentro gente incapaz de seguir la mayoría de temas de conversación que a un servidor se le pueden ocurrir. Y eso que no suelo sacar la historia de la influencia social de la patata y me limito a cosas más simples.

Terminaré diciendo que una buena conversación debería atrapar tanto a uno que su interlocutor fuese capaz de quitarle el pañuelo de bolsillo y jugar con el, sin que uno no se diese ni cuenta.

Vale, el hecho de que hubiese sido una bella dama quizá distrajese mi atención, todo sea dicho.


viernes, 10 de agosto de 2012

Sobre el vestir, entrega I

"You can never be overdressed or over-educated."
                                                                            Oscar Wilde

Nunca va uno demasiado vestido ni estará demasiado formado. Pero aquí el autor huyó de la universidad, así que hasta que no alcance el comienzo de la próxima y esperemos que más acertada carrera centrémonos en lo primero.

Que uno se pregunte qué se pone es una pregunta que todo aquel con cierto sentido de la estética se ha hecho. Que la respuesta a esa pregunta sea "esta camiseta" y el destino la ópera debería, en cambio, ser ilegal.

Diría que todos conocemos el concepto de vestirse para la ocasión. Pero de ahí a que luego haya valor para aplicarlo hay un abismo, un desierto o cualquier cosa infranqueable que a uno se le pueda ocurrir. La gente teme vestirse. Teme ir demasiado vestida. Y tiene miedo a la vestimenta. Seguro que todos conocemos a alguien que teme "haberse pasado", "ponerse algo tan elegante" o que tiene el traje por un abrigo de pelo sumamente caluroso.

Y uno se pregunta por qué a principios de siglo eso no pasaba. Claro, todo el mundo tenía claro qué era apropiado a qué horas y no iba a una boda de mañana con un vestido de raso largo o un traje negro. No es que sea sumamente complicado, y eliminamos dos de las tres preguntas. Queda pues el miedo a la vestimenta.

El miedo a la vestimenta deriva de la ignorancia. Recuerdo un conocido qué explicó su razón para no llevar traje: "sudo, nunca mejor dicho". Llevaba vaqueros. Repito, llevaba vaqueros. Uno se pregunta entonces qué clase de demoníaco ente ha poseído a semejante espécimen para convencerle de que unos vaqueros son más frescos que un traje de verano. Debe ser el que inventó los plumas brillantes con pelo alrededor de la capucha, solo puede ser obra de semejante mal. Hay que reconocer, no obstante, el valor del diabólico ente por poseer a semejante persona sin considerar el suicidio como opción válida.




jueves, 9 de agosto de 2012

Anécdotas de gañán I

Como se puede deducir del título, esto se convertirá en algo habitual. Un lugar en el que verter anécdotas varias. Pero empecemos con una explicación. Por qué autodenominarme gañán. Vivo en la sierra, mi casa la rodean un descampado con hierba seca, un burro algo más arriba y un vecino pirómano detrás. Poco se vive por aquí.

Realizadas las explicaciones pertinentes, diré que hoy he visitado al panteón de los hombres ilustres. Ingenuo de mi, que imaginaba algo similar al de París. Parece ser que en Madrid tenemos un edificio de arquitectura neobizantina cuyo parecido a cualquier edificio bizantino es pura coincidencia con varios políticos decimonónicos colocados en su interior. Además tiene aspecto desangelado, y tiende a la fealdad.

Cabe destacar que los escultores hicieron un gran trabajo en lo que a las esculturas en bulto redondo se refiere, pero se cansaron al llegar a los relieves. Apenas perceptibles. Qué le costaba haberle dado un poco más con el cincel para que se distinguiera un angelito de otro en el mural, oiga.

Pero no ha sido todo sufrimiento, exceptuando el justiciero sol, no ha estado mal, han salido unas cuantas fotos interesantes de edificios en los que jamás me había fijado y ya obra en mi poder otro 120 para el próximo paseo fotográfico.


Sobre el horror estival.

Fiel al título del blog, voy a confesar que temo al verano. Bueno, temo por mis córneas, para ser más exactos.

Siempre me he preguntado qué tiene el verano que hace tanto mal a la humanidad. Porque el verano es fábrica de horrores allá dónde la temperatura hace a uno sudar. Cuando uno sale a la calle en estos meses, se pregunta qué mal le ha hecho al mundo para verse obligado a ver la cúspide de lo antiestético, depravados especímenes de gran envergadura, que deciden que el ponerse una camiseta de tirantes con sandalias es una buena idea.

Cabe hacer hincapié en que, nunca, bajo ninguna circunstancia ni posibilidad que pueda ser tenida en cuenta, los pies que dejarán ver las sandalias serán bellos. Ni estéticos. El ser que así se viste profesa una fe particular, conocida únicamente por seres de la misma calaña. Estoy completamente seguro de que tienen expresamente prohibido por su mugriento testamento la higiene de las uñas de los pies, cuya amarilla tonalidad exhiben sin ningún pudor.

Ante semejante espectáculo sólo queda pues mirar al frente. Pero no es sencillo, ya que irá coronado el ser por alguna gorra de publicidad que debió haber visto terminados sus días hace varias décadas. Quemada, preferiblemente. Con napalm. Y uno sabe, inevitablemente, que quién lleva ese aspecto tiene por lugar de culto a su particular deidad de la mugre y la fealdad el bar de la esquina.

El bar, lugar de sacro valor donde la camiseta de tirantes con gorra se unirá a sus congéneres en simiescos berridos dignos de cualquier otra especie, para mediante los mismos tratar de impulsar a su jugador de fútbol favorito. Pero con el futbolero feo y poco sofisticado de mediana edad me meteré otro día, que estábamos hablando de la estética estival.

No hay que olvidarse de la mujer. Hay gente que no tiene complejos. Será muy bueno para la autoestima, pero el saber que se tiene una envergadura determinada y el ser consciente de las limitaciones que esto supone no estaría de más. Seguro que varias personas mueren al año por alguna complicación cardiovascular derivada de comprimir la arteria femoral con pantalones con no más tela que unos panties varias tallas menos de lo que sus abundantes muslos requieren.

Y, digo yo, ¿una camisa de lino holgada no será más fresca? Más ligera, más transpirable y no destruye la visión de ningún pobre transeúnte con un mínimo sentido de la estética. Pero claro, la visión de que una camisa da calor es todopoderosa y nada tiene que hacer el ser de la camiseta de tirantes frente a ella.

Introducción, para guardar las formas.

Damas y caballeros,


Qué otra forma de comenzar algo así que una introducción. Hay que guardar las formas, en la actualidad de amorfa fealdad que vivimos, cualquiera que aspire a ser un caballero (o en su defecto ser tenido en cuenta como tal por el feo mundo que hay a su alrededor), ha de tener en cuenta eso. Que entonces uno cae en lo mundano, y lo mundano es mediocre, zafia fealdad de la que sobresalir con la elegancia por bandera. 



Así pues, saludo a mis lectores. O lector. Quizá el plural sea optimista, desde luego lo es a estas alturas. Pero qué clase de anfitrión sería si no me presentase. Ya que, como rincón personal mío, está el lector adentrándose en mi casa en cierto modo, y digo en mi casa porque en mi puede sonar sucio. 



Más allá de lo que de mi pueda decir mi perfil, el lector merece una presentación más personal, así pues, me gustan los trajes, me pierden las faldas, y adoro los coches clásicos. Por ese orden, pero todo por detrás de mi persona. Opino que en el mundo de hoy el mal gusto es la norma, por lo que ser irreverente ante el mundo, por ende, ha de ser muestra de sofisticación. 



Tengo previstas muchas cosas, pero tampoco diré mucho por prudencia, ya que no se en que quedará esto. Igual que fuí prudente al calificarme de intento de caballero. Pero del camino que me queda por recorrer se hablará otro día, demasiado para un entrante.



Saludos,
Un caballero en proceso.