viernes, 28 de septiembre de 2012

Del otoño y el abandono

Escribo en el infame teclado de mi portátil, tengo el sobremesa desmontado. Pido disculpas de antemano si me como letras y no me doy cuenta, trataré de corregir todo lo que vea, no obstante. Escribo también bajo una manta de pelo y habiendo merendado un chocolate caliente aromatizado con naranja. Doy las gracias a Helios por irse un rato y a Zeus por reemplazarle, echaba de menos la gabardina.

Pero retomaré el otoño más tarde, que quiero empezar con una breve nota sobre el abandono. Estoy reformando mi cuarto, por fin diré adiós a ese horror blanquinegro que creé a los dieciséis años. Y he retomado las clases tras mi huida de turismo (quién me mandaba meterme a eso...), arqueología. Para lo que he de levantarme a las seis de la mañana. Compréndase que me apetezca poco escribir, levantarse a semejante hora debería ser ilegal. Pero hoy me he levantado más tarde, y alguien a quién considero una referencia y todo un ejemplo a seguir en cuanto a vestimenta y elegancia, me ha preguntado si he dejado de escribir aquí.

Así que aquí me hallo bajo la manta de pelo en una habitación de invitados porque la mia está impracticable, escribiendo en este odioso ordenador, que ya iba siendo hora de decir algo. Continúo con los temas otoñales. Me llegaron ayer tres sombreros que pedí hace un par de semanas. Justo para protegerme de las lluvias, y he de decir que no se que había hecho hasta ahora sin ellos. Viva el sombrero. Quién no tenga de eso, que se compre uno. Debería ser obligado.

Añado que encontré una corbata de siete pliegues italiana hecha en un taller romano, una maravilla. No es otoñal, pero es algo que ha de ser compartido.

Siempre me ha gustado el otoño, el recogerme en un abrigo y sentir la suavidad de una bufanda de cashmere acariciándome el cuello, el ajustármela con los guantes de cuero forrados de pelo. Además el ser de la camiseta de tirantes y las sandalias del que hablé en el horror estival se cubre un poco, y que el ser poseedor de innata fealdad e inexistente estilo se tape, es bueno. Aunque se ponga un gorro digno del más cegato de los reggaetoneros.

Además el otoño es época lluviosa, y no se nos ovide el valor añadido que da a una primera cita el poder juntarse bajo un paraguas mientras caen hojas color ocre. Que en verano se suda, y eso es poco elegante. Hay que recalcar, además, que las lluvias estivales tienen ese componente pegajoso insufrible del que el otoño se libra.

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