domingo, 18 de agosto de 2013

Sobre el vulgo II

Confieso que estos días he utilizado el metro más que de costumbre. Siempre que puedo voy andando,pero por avatares del destino he acabado usando bastante el suburbano en la última semana. Puedo gracias a esto escribir una segunda entrega acerca del vulgo, ya que me he visto rodeado por grandes cantidades de deleznables especímenes del género Homo, masa infame de maleducados con sandalias discutiendo por el móvil a grito pelado o lanzando aullidos simiescos a toda pareja homosexual por el mero hecho de serlo.

Y no piense el lector que sacando este tema voy a ponerme a hablar de tolerancia, semejante incongruencia no se me pasaría por la cabeza. Sigo pensando que los colectivos que llevan sandalias exhibiendo esas uñas amarillas con morfología de molusco han de ser quemados, gaseados y descuartizados. Por si acaso. Que sirva de advertencia. Para intolerante yo, oiga. Simplemente deseo hacer hincapié sin mojarme en cuestiones de política, tolerancia ni sociedad más allá del colectivo al que hay que quemar por llevar sandalias, en que graznar en el metro sobre "esos mariquitas, que a saber que drogas toman" y "nosotros los normales" como para que lo oiga todo el vagón es de infraseres incivilizados con la elegancia en la uña en tonos ocre que exhiben. Porque las opiniones en público rodeado de desconocidos se las guarda uno, y si siente la imperiosa necesidad de expresarlas no las berrea.

También he sido testigo de discusiones madre-hija sobre el uso del lenguaje en el whatsapp. Así nos va, discutiendo del whatsapp con semejante falda de volantes puesta. Obviamente hay asuntos infinitamente más urgentes que atajar (la falda infame de indescriptibles volantes, por supuesto). "¡Mamá, es que pareces una adolescente poniendo cosas en inglés!" Semejante conversación es absolutamente incorrecta con mejillones amarillos por uñas de por medio. Que lo del whatsapp lo sufre únicamente el interlocutor, el resto lo sufre la pobre gente del vagón que se ve obligada a presenciar semejante espectáculo de gritos incivilizados madre-hija, falda y uñas de por medio.

Y es que el vulgo es ruidoso por naturaleza. Dijo Schopenhauer que era de la opinión de que la cantidad de ruido que uno puede soportar sin que le moleste es inversamente proporcional a su capacidad mental. Y Schopenhauer era, objetivamente, un tipo muy listo y  todo aquel fuera de la masa vulgar de las sandalias y las opiniones proclamadas al mundo a viva voz al que le molestan sus berridos que interprete a partir de ahí.

Así pues, por visicitudes del destino y tras pasar más tiempo de la cuenta en el Metro, me he visto seriamente afectado por la visión sufrida. Aberrantes discusiones familiares a grito pelado sobre las más nimias cuestiones que, por cuestión de deferencia hacia los que desgraciadamente tienen que compartir espacio con el berreante ser, bien podrían haber esperado. Todo esto unido a la muy desafortunada estética sobre la que mantengo firmes opiniones desde que escribí el "horror estival" han propiciado que una vez más, me de al insulto dirigido a la masa vulgar.


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